Estigma y VIH
Gracias a los nuevos tratamientos, la infección por VIH es hoy, al menos en los países desarrollados, una infección crónica. Los tratamientos se han simplificado, son cada vez más eficaces, tienen menos efectos secundarios y las personas que la sufren pueden gozar de una esperanza y calidad de vida similar a la del resto de la población, siempre que sigan las pautas de tratamiento prescritas.
En España, el mayor número de nuevos diagnósticos son en hombres homosexuales y bisexuales, jóvenes y en mediana edad de la vida. Según distintos estudios, en este grupo de población el uso de drogas con fines recreativos y/o sexuales es más frecuente que en el resto de la población. Por otra parte, el diagnóstico de VIH sigue rodeado de una carga de estigma social y valores simbólicos negativos, que pueden repercutir a nivel emocional, y más concretamente en la vida sexual.
Nuestra educación, personalidad, creencias y valores tienen que ver mucho con esto. En este sentido, algunos problemas que pueden aparecer son:
Sensación de culpa o castigo
La carga moral asociada al VIH durante décadas puede llevar a pensar, de forma injustificada, que el diagnóstico es la consecuencia de un modo de vida desordenado o un castigo simbólico por una forma de vivir la sexualidad. Las ideas de culpa pueden asaltarnos de manera inconsciente, llevándonos a opinar más negativamente sobre uno mismo y su sexualidad. A veces se culpa también a otras personas de lo que nos ha pasado.
Sentimientos negativos hacia el sexo
Algunas personas establecen una relación directa entre el diagnóstico y su comportamiento sexual, desarrollando sentimientos de rechazo hacia el segundo. Es cierto que el VIH se puede transmitir por vía sexual, pero no dejamos de respirar por miedo a la gripe o de comer por temor a una gastroenteritis.
Miedo a las infecciones de transmisión sexual
El miedo a la reinfección con otra variante del virus, a transmitirlo a otras personas o a sufrir otra infección de transmisión sexual es frecuente. Se trata de una reacción normal, ya que el riesgo existe, pero puede manejarse con las medidas preventivas oportunas. A veces este miedo llega a ser patológico, bloquea a la persona e influye negativamente en su vida sexual.
Inseguridad en las relaciones personales y sexuales
¿Tengo que usar siempre preservativo aunque la otra persona no quiera? ¿Y si mi carga viral es indetectable? ¿Tengo que advertir a todas mis parejas sobre mi estado serológico aunque sean ocasionales? ¿En qué momento hacerlo? Son preguntas para las que no hay una respuesta única y válida para todo el mundo. Por un lado, cada uno debe hacerse responsable de su propia salud. Por otro, hablar sobre este tema, como sobre cualquier otro que implica salud e intimidad, no resulta sencillo, sobre todo cuando no conocemos las ideas, creencias y prejuicios de los demás o si estamos emocionalmente implicados en una relación.
Estas y otras dificultades pueden influir negativamente a nivel emocional. Depresión, ansiedad, aislamiento social, miedo…, son reacciones frecuentes en personas recién diagnosticadas y/o que tienen dificultades para hablar sobre el tema.
En cualquier caso, y como decíamos al principio, las personas que viven con VIH pueden hacer una vida normal gracias a los tratamientos actuales. La adherencia al tratamiento garantiza una calidad de vida suficiente en este sentido. Es cierto que siguen existiendo prejuicios y temores sin fundamento. Pero es importante reconocer que la vida sigue y los proyectos se pueden seguir llevando adelante.
Es imprescindible quererse a uno mismo y buscar fuentes de apoyo. Encontrarse con personas que están pasando o han pasado por tu misma situación puede ser la mejor manera de resolverlos.
Con respecto a las drogas
El efecto de las drogas no depende únicamente de aspectos farmacológicos, sino también de características personales y contextuales. Y hay algunas consideraciones que pueden ser importantes para personas que viven con VIH:
- Algunas sustancias pueden potenciar los estados de ánimo. Si te encuentras bien contigo mismo es más probable que produzcan euforia o placer, pero si estás agobiado, deprimido o angustiado es fácil que disparen estos sentimientos.
- Otras sustancias disminuyen nuestro grado de inhibición. Esto no es necesariamente malo en sí mismo. Sin embargo, si uno se encuentra bloqueado a nivel mental o emocional, con dificultades para aceptar una situación o para relacionarse con los demás, las drogas pueden ser una vía sencilla de escape. Tapan los problemas a corto plazo, pero a la larga dificultan solucionarlos.
- Los sentimientos de culpa, inseguridad, autorrechazo… pueden llevar a algunas personas a “castigarse”. Y este castigo autoimpuesto se manifiesta en ocasiones en forma de conductas sexuales o consumos de drogas de alto riesgo. Recuerda: no hay pecado, penitencia ni redención. La “culpa” no es tuya, ni siquiera del virus…
- Algunos de los medicamentos utilizados en el tratamiento de la infección por VIH pueden interactuar con drogas de uso recreativo. En la sección sobre sustancias o en esta página puedes encontrar más información. Los inhibidores de la proteasa y los potenciadores como el cobicistat son los que presentan interacciones con más frecuencia. Las combinaciones con fármacos para la impotencia, benzodiacepinas y ketamina parecen ser las más graves. Pero la información disponible en Internet (incluyendo la de esta página) debe considerarse como un complemento al consejo médico y no como una alternativa.
- Algunas interacciones disminuyen la eficacia de los antirretrovirales. Ciertos estilos de vida dificultan cumplir tratamientos que implican tomar varias pastillas a lo largo del día. La adherencia es indispensable para conseguir que el VIH sea indetectable. En ese estado la cantidad de virus en sangre se reduce hasta que el punto de no detectarse en sangre y fluidos. La posibilidad de transmisión es nula si se mantiene el tratamiento. Aunque el virus no desaparece totalmente del cuerpo, se esconde en reservorios, situados en otras zonas del cuerpo y puede reactivarse (y hacerse resistente) al interrumpir el tratamiento.
Por todos estos motivos deberías poder hablar con tu médico con tranquilidad, sobre drogas o sexualidad, al igual que sobre cualquier otro aspecto de tu vida. A priori, los profesionales sanitarios no deben juzgar o condenar el estilo de vida de los pacientes. Por desgracia, en algunas ocasiones no es así. La ley reconoce el derecho de elección y cambio de médico, por lo que si no te consideras suficientemente escuchado, respetado o comprendido, puedes ejercerlo.