Gestionar el placer y el riesgo
AutocuiadosLas sustancias psicoactivas son mucho más que un conjunto de riesgos y de peligros a evitar. La sexualidad humana es mucho más que prevenir las infecciones de transmisión genital. Las formas tradicionales de prevención han fracasado al olvidar que existe otro elemento fundamental: el placer.
Las personas toman drogas y practican sexo porque, además, tienen consecuencias gratificantes, positivas y placenteras. Pero sería también una simplificación peligrosa considerar que las drogas o el sexo son “sólo” y “únicamente” placer. Existen aspectos negativos e indeseados: los riesgos. El riesgo es la probabilidad de que aparezca un daño, y esa probabilidad puede incrementarse o disminuirse a través de la actitud y las decisiones de las personas.
Así, un abordaje pragmático de los aspectos de salud que tienen que ver con sexo y drogas es la Gestión del Placer y el Riesgo. Al igual que otros muchos comportamientos como viajar a un país exótico, los deportes de aventura o montar en moto hablamos de actividades humanas en la que se ponen en juego consecuencias potenciales positivas (placeres) y consecuencias potenciales negativas (riesgos). No todo el mundo está dispuesto a practicarlas, algunas personas por falta de interés y otras por un legítimo miedo a los riesgos. Pero nuestra sociedad acepta estos comportamientos y considera razonable que las personas que deciden practicarlos se protejan de forma adecuada sabiendo que el “riesgo cero” no existe. Y aprueba otras conductas como desplazarse sin protección en un mamífero que llega a pesar mil kilos y correr a 60 km/h (equitación) e incluso subvenciona y promueve la costumbre de correr en estado de ebriedad delante de otros mamíferos con cuernos por calles estrechas de ciudades y pueblos en fiestas.
El senderismo, la espeleología o el submarinismo son actividades que implican distintos niveles de peligro. Los riesgos que pueden aparecer al viajar a un país del Tercer Mundo son distintos si se hacen en un tour organizado en hoteles de cinco estrellas y guardaespaldas que si uno va de cooperante a trabajar como voluntario en un hospital en una aldea remota controlada por la guerrilla local. Cada persona elige distintas actividades de acuerdo a sus intereses, gustos, principios o valores. En cualquier caso, y sobre todo cuanto mayor sea el riesgo, es imprescindible una información realista y un entrenamiento teórico y práctico adecuados. Porque sólo a través de datos veraces, objetivos y realistas las personas pueden tomar decisiones libres y responsables.
Los mismos principios son aplicables a las conductas que implican prácticas sexuales y/o consumos de drogas. Con respecto a la sexualidad, las cosas han avanzado algo. Aunque se sigue poniendo excesivo énfasis en hablar sobre los riesgos y problemas (infecciones, embarazos no deseados…) la mayoría de los profesionales consideran que una educación sexual adecuada debe de abordar además aspectos positivos y placenteros, reflexionar sobre su significado, valorarlo en su contexto social y cultural e incluir valores éticos como el respeto a uno mismo y la diversidad.
Sin embargo, el abordaje general sobre las drogas sigue anclado en modelos primitivos y basados en moral. La “Prevención” consiste en un conjunto de medidas destinadas a que las personas no utilicen psicoactivos, con pésimos resultados según todos los indicadores objetivos. El dogma de “elevar la percepción del riesgo” es un eufemismo para el concepto “meter miedo” que se ha revelado como ineficaz y contraproducente. Las Políticas de Drogas están basadas más en moral y tabús que en ciencia o criterios de Salud Pública. Su fundamento es similar a las leyes que consideran delito las prácticas homosexuales o prohíben a las mujeres votar o conducir sin más fundamento que su género. Mientras el Código Penal castiga con una pena mínima de tres años de cárcel la venta de una pastilla de éxtasis, es mucho más sencilla conseguirla por un joven a las cuatro de la mañana que un antibiótico.
Los ciudadanos adultos deberían tener derecho a expresar su sexualidad o modificar su consciencia de forma libre (y responsable) con el único límite de no perjudicar o poner en riesgo a terceras personas. Las instituciones deberían facilitar modelos más integrales y objetivos que tengan en cuenta tanto los aspectos positivos como los negativos.